PÁRPADOS, de TONI QUERO
Huir,
dormir, tal vez soñar. La abulia, la inercia, el hastío, el tedio,
el spleen ha sido desde siempre un persistente efecto secundario de
la introspección, el autoanálisis, de los estómagos llenos y las
lecturas excesivas. Un problema del primer mundo,que ahora
llamaríamos. Recetas paliativas nos da la literatura y sus
adyacentes, que pueden resumirse en dos: Exilio interior modelo
Andrés Hurtado o exilio exterior marca Dean Moriarty. Ambas
modalidades tienen mala combinación con la otredad: la presencia del
otro genera frustración al no cumplirse el horizonte de
expectativas. Hay viajes que uno ha de hacer solo, por más que el
multiverso del turismo se empeñe en lo contrario.
El
debut narrativo del poeta Toni Quero, galardonada con el III Premio
Dos Passos a la mejor primera novela , se planta ante varios cruces
de caminos y escoge en todos la ruta más pedregosa. Documenta el
viaje compartido de una joven pareja en distintos puntos de su
peripecia vital pero con idéntico deseo de reinicio. Nos propone que
prosa y poesía compartan habitáculo, contando una historia
recurrente con brevedad, sutileza y un lirismo alejado de las luces
de neón. Opta por el discurso fragmentario en una narración lineal
en su literalidad de carretera. Imbrica una serie de elementos fijos
en cada capítulo que reproducen las rítmicas rutinas que serán
familiares a los viajeros de largo alcance. La motocicleta, la playa,
la ciudad, los variados refugios, la búsqueda del propio arte en las
cosas pequeñas, las correctas interacciones sociales, la lluvia, son
las líneas maestras en las que se esboza el largo trayecto que
emprenden con poco equipaje del que uno hace y deshace, y demasiado
del que no se puede dejar en una cuneta. Los elementos prototípicos
del viaje como construcción personal se suceden junto con detalles
innecesariamente reiterados (rodar, la dieta de conservas y
tostadas). Las curvas sinuosas de la trama parecen brotar del
cuaderno de dibujo de la joven artista Duna, consagrada a un
autorretrato que no termina de conseguir. Meta que también se le
resiste a su compañero, que se obstina en fotografiarla una y otra
vez sin lograr aprehender su alma. Profundamente contemporánea en su
esencia, la novela no renuncia a pinceladas clásicas del género.
Kilómetros pisados a fondo en carreteras secundarias, alojamientos
cutres, la gasolina como madre nutricia, experiencias pasadas que
repiten y regresan al paladar con un sabor descompuesto. Paréntesis
desdibujados, la vida como una imagen en blanco y negro que se
reescribe y se borra, superponiendo trazos.
En
el lenguaje literario, la metonimia es una figura retórica de
pensamiento que consiste en designar una cosa con el nombre de otra
con la que existe una relación de diversa índole. La sinécdoque es
una variante de la metonimia que toma una parte para aludir al todo.
Es esta una novela metonímica en su definición: personajes y
paisajes se esbozan desde lo particular, desde el detalle. Los
jóvenes protagonistas escapan al estereotipo del romántico
torturado eludiendo desahogos emocionales y dejando rastros de sí
mismos en sus referencias e intereses, en los lugares que eligen para
mostrarse. Murnau y Renoir como humildes contribuyentes, los lápices
y las lentes de la cámara como intermediarios en la interpretación
de una realidad que se atraganta. Aunque sí hay huella romántica en
la percepción del paisaje. La historia fluye mejor en esas playas
solitarias del norte, en su soledad fotogénica, tan alejadas del
concepto mediterráneo, que en las aceras de París. En ese verano
tan suyo, el nublado interior de la pareja encaja. En el final de
Madame Bovary, Charles no entiende por qué sigue luciendo el sol
después de su desgracia, demostrando así el prosaísmo que tan
infeliz hizo a su esposa. Esta es la diferencia.
Párpados,
de Toni Quero. Galaxia Gutenberg, 2017. 219 páginas.
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